martes, 6 de marzo de 2007

Orcolandia

Me levanto cada mañana después de oír el despertador durante quince minutos. Voy a la cocina, necesito imperiosamente una dosis de cafeína, con poca leche y una cucharada de azúcar. Meto la taza en el microondas y me quedo hipnotizada mirando como da vueltas; momento que inevitablemente aprovecha mi gatita Bulma para coger carrerilla por el pasillo y saltarme en la espalda clavándome las uñas.

Grito.

Me zafo como puedo y me siento delante del ordenador con mi café con leche calentito... lo dejo enfriar mientras me fumo un cigarro. Cuando por fin puedo abrir completamente los ojos, me doy cuenta de que llego tarde. Me bebo el café de un trago (veis por q lo dejé enfriar... son muchos años de experiencia!!!), corro por el pasillo, me pongo la primera ropa q veo, cojo las llaves, y salgo a la calle.

Un primer pensamiento me ronda la cabeza. ¡Otra vez he vuelto a salir sin peinarme! Bueno...ya no hay remedio. Estoy abstraida en estos pensamientos cuando empiezo ha andar y miro a mi alrededor. Veo un ejercito de Orcos (Hembras) que llevan arrastrando a sus hijos orcos al colegio mientras éstos se comen los mocos.


Llevan pantalones ajustados, zapatos de tacón, y jersey con pedrería. Hablan a gritos con sus amigas Troll pese que caminan juntas, en pasos ritualmente lentos. Eternizan una discusión sobre la tortilla de patatas: ¿con o sin cebolla? Y sobre aquél programa del polígrafo de anoche donde ponían a parir a la Pantoja.

Mientras, los niños siguen comiéndose los mocos.

Mi barrio, orcolandia, esta plagado de esos seres, que dicen dedicar sus vidas a ser madres abnegadas; que viajan eternamente, de la puerta del colegio a la cafetería para seguir hablando de la tortilla y el polígrafo, para ir de nuevo a su cueva y la puerta del colegio. Mientras, sus orco maridos se consumen perdiendo su vida en cualquier cutre trabajo que no requiera más que un mínimo de destreza manual y una repetición sinfín de un mismo proceso.

El barrio, la ciudad, el país, el planeta, esta lleno de orcos y orcas, que dedican sus vidas a una falsa sensación de felicidad, de seguridad, de madurez. Tienen cueva de propiedad (de la propiedad del banco, claro), coche y niños. Pero no tienen corazón para añorar lo que jamás en sus vidas tendrán: inquietudes.

Y ni si quiera son conscientes de ello..

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola mi Alice preferida....se me ocurre que para dar un poco de color y un mucho de luz a las grises vidas de esos orcos, podríamos plantar una falla con todos ellos y verlos arder hasta que se extingan completamente....y al calor de las brasas siempre podemos hacer una barbacoa.
El Chef.